Dos realidades, como universos paralelos

Dos realidades, como universos paralelos

Caminar durante al menos seis horas por veredas que atraviesan la montaña, para salir de una comunidad, puede ser atractivo para quienes tenemos espíritu aventurero. Pero cuando esa es la única opción para acceder a servicios como educación más allá del nivel primario, salud y demás derechos ciudadanos, esta realidad se convierte en un obstáculo adicional para alcanzar un bienestar que sigue siendo privilegio de pocos, debido a la extrema desigualdad histórica.

Esa es parte de la realidad de la familia de dos niñas a quienes acompañamos en varios programas de Yo’o Guatemala, para quienes trasladarse desde la comunidad de El Pacayal hacia la cabecera municipal y viceversa, implica salir antes del amanecer para poder llegar a su destino antes del anochecer.

Para experimentar lo que ellas deben recorrer cada vez que salen de la Residencia Estudiantil de Yo’o Guatemala, ubicada en el casco urbano, y regresan a casa para estar con su familia, pedí autorización a sus padres para acompañarles en uno de sus viajes y pernoctar en su vivienda durante una noche, detallando los insumos que llevaría en mi mochila para no ponerlos en gastos de ningún tipo.

Con la más pequeña de las niñas, llevábamos la cuenta regresiva del día en que emprenderíamos el viaje juntas, hablábamos sobre cantar y saltar mientras fuéramos caminando entre la montaña.

3, 2, 1… ¡Llegó el día! Salimos en bus desde el área urbana de Purulhá hacia la aldea La Unión Barrios en Salamá, al llegar allí subimos a un tuc-tuc que nos trasladó por un camino de terracería para llegar al pie de la montaña, en el área conocida como El Pinar.

Foto de Norma y las chicas, antes de iniciar su viaje a El Pacayal.
Listas para iniciar el viaje a El Pacayal

Con incertidumbre de si las niñas, de 8 y 11 años, recordaban con detalle el camino para su casa, yo iba 1000% alerta en caso tomáramos una ruta equivocada. En cada punto de abordaje fui enviando mensajes de texto a su padre, quien autorizó que las niñas viajaran únicamente conmigo, hasta encontrarnos montaña adentro con uno de sus hijos, quien había salido de casa con un animal de carga para auxiliarme con mi equipaje de unas 40 libras aproximadamente —distribuidas en una mochila, una bolsa de tela y un costalito—.

Al adentrarnos por el extravío para llegar a El Pacayal, nuestro recorrido a pie se redujo a 2.5 horas, un viaje que las tres seguimos recordando con alegría. Durante el trayecto, la mayor de las niñas identificó huellas entre el lodo para deducir quién había pasado por el camino y en qué dirección. Juntas chapoteamos en unos diez riachuelos que bajaban de la montaña buscando su paso entre la vegetación, concluimos que en ese camino había unas cinco clases de flores silvestres que coloreaban el verde de la montaña y divisamos el Cerro Mocohán que está a un par de kilómetros del casco urbano. Accedimos por puertas de alambre y palos para atravesar terrenos privados, refaccionamos banano, pan con requesón y agua pura, cantamos y saltamos. Unos cuantos metros antes de llegar a la casa de la familia de las niñas, degustamos moras silvestres y guayabas que colgaban de los árboles frutales.

Romantizar el esfuerzo de los campesinos, quienes trabajan 12 horas diarias para recibir Q50 en promedio; sentir ternura por una niña que sonríe, a pesar de que carece de acceso a agua entubada y vive en una casa sin drenaje, con una única habitación con estructura de tablas y láminas por la que se cuela el frío, nos impide visualizar el problema estructural de la pobreza y desigualdad que existe en el país.

Esa noche en casa de las niñas, como pude, me las arreglé para llorar en silencio al pensar en la brecha latente entre lo que sucede en la casa donde nacieron y la Residencia Estudiantil en donde Yo’o Guatemala les brinda atención integral con alimentación, salud, vivienda, educación, vestido y actividades recreativas.

Esa brecha entre dos realidades tan distintas, va más allá de recorrer seis horas de camino entre la montaña, o del extravío que encontraron las familias de El Pacayal para acceder a su comunidad caminando unas dos horas.

Reducir la brecha de la desigualdad y la pobreza multidimensional requiere cambios estructurales; parte de ellos es fortalecer el amor propio de cada niña, tener el respaldo de la familia y acompañarnos en comunidad, lo cual permite desaprender y aprender, en conjunto, lo necesario para co-construir soluciones sostenibles, culturalmente adaptables e integrales.

Gracias a una amiga voluntaria de Yo’o Guatemala, a quien aprecio y admiro mucho, puedo nombrar y dar forma a lo que viví esa noche de abril: mi nivel de consciencia de la realidad aumentó.


Para alcanzar el bien común, ¿qué tan conscientes somos de la realidad y de aquello en lo que deberíamos enfocar nuestros talentos y habilidades individuales? ¿Qué acciones ordinarias podemos realizar, con amor extraordinario, para contribuir en la construcción de un futuro mejor para todas las personas?