Bien, les contaré acerca de este niño que siempre está sonriendo. Yo sabía que a veces lavaba platos en el mercado, muy de mañana y antes de ir a la escuela, uno de los trabajos que ha tenido para poder comprar su comida. Sabía muy poco acerca de las dificultades diarias de los niños que viven en las áreas rurales de Guatemala. Sin embargo, la mejor forma de conocer más, era ir y conversar cara a cara, compartir un tiempo con ellos y ver con mis propios ojos.
Conocí a Diego y a su hermano, Diego estaba sonriendo y feliz (justo como se le ve siempre), hasta que mi amiga y yo le preguntamos a él y a los otros niños cuál era su mayor deseo. Los niños dijeron que les gustaría tener un par de zapatos tenis, una computadora o una pelota de fútbol. Era el turno de Diego, sus ojos se empezaron a humedecer y era obvio que estaba hablando desde su corazón. El único deseo que este maravilloso niño de ocho años de edad tenía era que su mamá viniera a casa. La mamá de Diego se había mudado a la ciudad hacía muy poco tiempo atrás, para trabajar en servicio doméstico, porque no hay trabajo en la comunidad, especialmente para las mujeres.
Luego de terminar con las actividades del día en la Biblioteca, en la tarde todos nos reunimos a jugar un partido de fútbol, para todos fue una forma para conocernos mejor, divertirnos y compartir con los chicos. Esto fue un regalo para los niños, el jugar en un cancha de fútbol, porque ellos no pueden pagar la renta, ni siquiera de una hora. Uno de los requisitos para el uso de las instalaciones, era que necesitábamos llevar los zapatos apropiados para jugar en esta cancha. Cuando llegamos, Diego era el único que no tenía los zapatos requeridos y aunque no se le permitía jugar, su gran sonrisa y actitud positiva no disminuyó. En ese momento decidimos llevarlo a una tienda de ropa usada a comprar los zapatos que necesitaba y así fue admitido en la cancha.
Fue un buen juego, todos nos reímos y divertimos mucho. Dejamos el lugar, pero no sin que antes Diego se acercara y me diera una bolsa plástica blanca que contenía los zapatos que compramos para él la hora anterior. Él me dio la bolsa y me dijo, “gracias seño”. Me impresionó su actitud y su sonrisa que se iluminó aún más cuando supo que no tenía que devolverme los zapatos y que éstos eran para él.
Diego y esta historia es una de muchas que me mantienen muy contenta de tener la oportunidad de trabajar con los niños de Purulhá en el cambio que queremos ver, a través de programas de educación, nutrición y desarrollo comunitario.
Sembrando campos de oportunidades.