En este artículo me gustaría compartir con ustedes un par de historias que me sucedieron durante mi niñez en la ciudad de Guatemala. Yo crecí con mi mamá y mis hermanos en mi querida ciudad, y pues como todos guardo recuerdos buenos y malos. Afortunadamente algunos de esos recuerdos no solo son buenos, si no que me atrevería a decir “mágicos.” De esos recuerdos mágicos me gustaría compartir con ustedes dos de ellos. Uno, la primera vez que fui a ver una obra de teatro, y el segundo la primera vez que fui al mar.
Mi mamá tuvo que criarnos ella sola a mis hermanos y a mí. Ella tenía que trabajar desde muy temprano y casi todo el tiempo hasta muy tarde para poder darnos lo que necesitábamos. Una visita al teatro hubiera significado gastar el dinero de la comida de toda la semana para poder llevarnos a mí y mis hermanos a ver una obra. Afortunadamente en esos tiempos en las escuelas públicas existían buenos programas de actividades extracurriculares para los alumnos de primaria.
A estas alturas no recuerdo muy bien los detalles de la excursión al teatro con mi clase. Tal vez porque fue ya hace mucho tiempo. Eran los años 70’s y yo estaba en el segundo grado de primaria. Así que como verán, ya han pasado muchísimas lunas desde ese entonces. Bueno, de lo que sí me acuerdo es que desde que aprendí a leer, me ha encantado hacerlo. Es por eso que yo ya había leído la historia de “El Gato con Botas” que era la obra que íbamos a ir a ver en el conservatorio nacional de música. Pero, aunque yo sabía de lo que se trataba de igual manera yo no sabía lo que era una obra de teatro.
Finalmente llegó el día de ir a ver la obra y mis compañeros y yo bajamos del bus que nos llevó e ingresamos al edificio. Wow! Todavía puedo recordar el olor del edificio. Lo sentí tan pronto crucé las puertas del edificio. Era un olor como a un viejo ropero y un poquito de pinóleo, pero agradable. El lugar me pareció enorme y un poco imponente. Para un chico de segundo primaria como yo, el mundo era nuevo y la nuevas experiencias solía comérmelas con ansia y alegría.
Una vez que nos acomodamos en nuestros asientos, las luces se apagaron y fue entonces que me sentí como transportado a otra dimensión. De repente la música comenzó a sonar, el escenario se iluminó y un actor salía al escenario. ¡Oh, wow! ¡Fue mágico! Era como si las páginas del libro que había leído de repente cobrara vida en frente de mí. Esto no era como la televisión o las películas, donde uno ve las cosas, pero no están allí. Aquí, el Gato con Botas estaba frente a mí y de verdad era un gato que podía hablar, no me cabía duda. El Marqués de Carabás estaba frente a mí, haciendo las cosas que yo había leído. Empero, el personaje que más me impresionó, y que hasta el día de hoy recuerdo con más claridad fue el de la princesa. ¡Sospecho que mi yo de ese entonces se enamoró por primera vez, y fue de una princesa de cuento de hadas!
¡Las luces, los sonidos, los olores, todo era mágico en esos momentos y yo estaba feliz con todo eso! Al final de la obra, los actores salieron al escenario a presentarse uno por uno, mientras nuestras manitas infantiles aplaudían hasta que se nos durmieron. No recuerdo el nombre de ninguno de ellos, únicamente el de la chica que interpretó a la princesa. Cuando se presentó dijo que se llamaba “Eva Ninfa” o al menos ese era su nombre artístico. Como anécdota medio triste diré que hace unos años me enteré que había fallecido.
Hasta la fecha no se me olvida esa mágica mañana cuando por primera vez experimenté lo que ahora llamo mi primera experiencia religiosa, porque se asemejó muchísimo a una experiencia espiritual.
Si la memoria no me falla, alrededor de un año más tarde (o dos, la verdad no recuerdo bien) pasaba mis vacaciones escolares en la casa de mi tío. Mi tío fue un gran tipo a quien yo quise muchísimo. Él era un hombre muy trabajador a quien le encantaba que yo pasara las vacaciones en su casa porque él y su esposa no tenían hijos. Para esa época ellos ya habían adoptado a una niña y ella se había convertido en mi mejor amiga y mi cómplice de travesuras. Él trabajaba para una familia de mucho dinero y un día esa familia necesitaba que le fueran a dejar unos sacos de comida para perro a su casa de playa en el puerto de San José. El chofer de esa familia iba a ir a hacer la entrega, pero le pidió a mi tío si le daba una mano con esos sacos. Mi tío aceptó con la condición de llevarnos a mi prima y a mí también. El chofer dijo que estaba bien y pues cuando mi tío regresó del trabajo nos dijo a mi prima y a mí que nos preparáramos porque al día siguiente íbamos a ir al puerto.
Yo estaba tan emocionado que casi no pude dormir esa noche. Yo había visto el mar en la tele, en los libros y el cine, pero nunca en persona. Oh, claro yo había ido al lago de Amatitlán, y visitado algunos ríos, pero nunca había visto el mar. Esa mañana el chofer pasó por nosotros y después de recoger los sacos de comida para perro y ponerlos en el baúl ¡agarramos la carretera hacia el mar! No sé cuántos kilómetros sean de la capital al Puerto de San José pero lo que sí sabía era que el puerto era tropical y que la temperatura por allá era más calurosa que en la ciudad. Fue de esa manera que mientras más subía la temperatura yo sabía que más nos acercábamos al mar. Para un chico citadino como yo, el calor era agobiante, pero cualquier incomodidad valía la pena ¡porque iba a ir a conocer el mar!
Finalmente llegamos y casi me desmayo de la emoción. Llegamos al portón de la casa de playa (que en realidad era una verdadera mansión) después de entrar, parqueamos frente a la casa, la cual estaba a unos metros de la playa. Mientras mi tío y el chofer descargaban los sacos de comida para perro, mi prima y yo corrimos a todo lo que nuestras piernas hacia la playa. Corrimos hasta la meritita orilla, pero no nos metimos al agua porque mi tío nos había advertido sin lugar a dudas que “cuidadito nos metíamos al agua, antes que llegara el.” De cualquier manera, yo estaba extático de ver el mar. ¡Wow! ¡El mar tenía más agua que todos los ríos y lagos que jamás había visto en mis cortos años en este planeta! Me quité los zapatos mientras esperaba que llegaran los adultos y recuerdo que el aroma del aire salado y la arena caliente bajo mis pies descalzos me causaron un sentimiento casi avasallante.
Después de un rato, mi tío y el chofer, llegaron a donde estábamos y después de advertirnos cómo comportarnos en el agua, mi prima y yo corrimos a internarnos por primera vez en las olas del Océano Pacifico. Me recuerdo que yo corrí al agua detrás de ella quien corría aún más rápido que yo. Sus bellas trenzas de pelo negro saltaban en su espalda mientras llegábamos al agua.
Mi tío se había cortado el pie con anterioridad al viaje así que no pudo nadar con nosotros, pero su compañero sí. Cuando llegó a donde estábamos nos dijo cómo pararnos para que las olas no nos arrastraran. Aunque yo seguí sus consejos, de igual manera las olas me arrastraron y tragué una bocanada de agua salada. Casi me hizo vomitar, pero como ya dije antes, la vida era nueva para mí y yo me bebía cada experiencia nueva, con una combinación de avaricia y alegría. No me importo tragar un poco de agua salada, porque estar en el mar por primera vez valía la pena
Estoy compartiendo estas dos anécdotas con ustedes, porque yo he experimentado en carne propia los efectos que tienen para un niño o niña el experimentar cosas tan maravillosas como el teatro o el mar por primera vez. Mientras miraba una obra de teatro por primera vez, el mundo de afuera con todos sus problemas, injusticias y requerimientos, dejaba de existir, al menos por un rato. En esos momentos, solo existían yo y el maravilloso mundo encantado de “El Gato Con Botas.” Esa experiencia, enriqueció mi vida de maneras insospechadas. Hasta el día de hoy, me encanta el teatro, aunque ahora Stoppard, Esquilo, y Shakespeare también ocupan un lugar especial junto a Perrault en mi corazón. El teatro como también la lectura, han traído muchos momentos de alegría a mi vida, y créanme que en estos tiempos como adultos, todos necesitamos momentos de alegría en nuestras vidas por breves que sean.
En lo que a mi viaje al mar se refiere, yo lo acredito con el amor y respeto que le tengo a la naturaleza. Tenemos un solo planeta, y ya es tiempo de asegurar que nuestros hijos tengan un mar limpio en el cual se puedan zambullirse aunque traguen una bocanada de agua. Esa agua no los matará, excepto si está contaminada.
Muchísimas gracias si han leído hasta acá. De ser así, voy a aprovechar para agradecerles a nuestros padrinos, y voluntarios de nuestro programa anual de VIAJES A FILGUA. Ustedes están enriqueciendo y contribuyendo a fabricar memorias mágicas para muchos, muchos niños las cuales ellos atesorarán por el resto de sus vidas. Para muestra un botón, a mí me sucedió!